Éste es un tema del mayor interés en el mundo empresarial: la toma de decisiones relativas a los dividendos, que constituyen la fuente primaria de retribución al accionista y el aliciente para adoptar una actitud favorable a la suscripción de futuras ampliaciones del capital social que la empresa necesita para proseguir su funcionamiento.
Se sabe que uno de los objetivos de la empresa es cumplir fines tales como el de servicio —satisfacción a los clientes—, el de empleo, para atender a las demandas cualitativas y cuantitativas de trabajo que pro-ceden de la comunidad social, y el de expansión o progreso, según el cual la firma había de satisfacer igualmente a los que le proveen del capital social necesario para el comienzo de sus actividades y para el crecimiento que precisare posteriormente.
Pero si todos los factones productivos, deben ver reflejada una postura compensatoria a la cesión de sus recursos, no puede serlo menos el accionista, que debe encontrar una retribución objetiva y justa al capital aportado, sin cuya existencia no tendría —dentro de la lógica del sistema de economía de mercado— aliciente alguno su participación en la financiación y gestión del ente social.
No puede olvidarse, por otra parte, que la decisión de retribuir al capital no es algo aislado en el ciclo de ejercicio. Pertenece al capítulo esencial de la financiación de la empresa, que debe estimar con razonabilidad el coste de todos los recursos que precisa, propios y ajenos cuando formula su cuenta de explotación. La entidad de dicho coste supera al propio ejercicio, pues la financiación propia sobrevive a este período y en la medida en que se practique una política consistente de retribución estaremos concitando adhesiones a futuras entradas de capital social, de todo punto necesario si quiere asegurarse la supervivencia.
Hay grandes líneas de investigación sobre esta cuestión, que no han conducido a conclusiones terminantes sobre los criterios de retribución, presentes y futuros, del capital propio. Frente a la tendencia observada tradicionalmente de financiar con recursos propios una parte de las necesidades de la empresa, hoy se recurre, cada vez con más profusión, al uso de la financiación ajena a largo plazo. Incluso, para determinada estructura financiera, puede ser más conveniente y barato financiarse con un empréstito a largo plazo que emitiendo nuevas acciones, que al incorporar no sólo un ´dividendo tradicional´, sino también la expectativa de su crecimiento, provocan un coste efectivo superior al que comporta la creación de deuda. Deliberadamente prescindimos del análisis del riesgo que los intereses no tienen la misma consideración jurídica que los dividendos, pero el hecho está ahí y se pone de manifiesto de una manera más virulenta en un contexto de crisis económica en el que el accionista, como sujeto inversor, piensa en la expectativa de dividendo que, si no Ie proporciona una retribución razonable, buscará opciones alternativas sobre cuyas consecuencias no debemos dejar de pensar seriamente.
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