Las relaciones entre empresas y entidades de crédito han sido objeto de gran atención por los tratadistas del tema. En general, puede decir, que la aparición, desarrollo y conclusión de estas relaciones sigue las normas comunes existentes entre un empresario y el proveedor de un factor productivo que, en este caso, y por tratarse de capital, se reviste de ciertos atributos entre los que destaca:
- La situación física de la sede de la entidad de crédito respecto a la de la empresa, y, en especial, la integración de sistemas de tecnología y comunicaciones entre ambas.
- El grado de atención, no solo profesional, sino personal de sus dirigentes a los interlocutores de la empresa.
- La agilidad en la realización de operaciones.
- La creencia, fundada o no, de que la entidad atenderá a la empresa en momentos difíciles siempre y cuando se hubiese trabajado con ella anteriormente.
- Los antecedentes históricos de las relaciones entre empresa y entidad bancaria.
Badoc aporta un mayor rigor cuando define los criterios por los que, en esencia, la empresa elige a un banco para que medie en sus operaciones financieras. Dichos criterios se centran en:
- Las condiciones en que en que se realizan las operaciones.
- El grado de la entidad de los servicios.
- El savoir faire de la entidad, que debe materializarse en su conocimiento sobre: el mercado; el sector económico; la propia empresa.
- El grado de poder de la entidad de crédito.
- La existencia de posibles relaciones de la firma matriz de la empresa con la entidad financiera.
Pero la relación banco-empresa no sólo se centra en servicios estrictamente financieros; la realidad es mucho más amplia, toda vez que la empresa demanda, además de financiación, asistencia y asesoramiento industrial, económico, fiscal o financiero; las actividades de «merchant banking»; la asistencia técnica con soportes e instrumentos para la gestión empresarial (servicios informáticos, reclutamiento y selección de personal, transformación de la estructura societaria, informes sobre clientes o proveedores reales o potenciales, etc.) son algunas de las que hoy se encuentran en la oferta de servicio a la empresa. Por ello no conviene olvidar que lejos de ese esquema simplificado de relaciones en las que el intercambio de dinero, por llamarlo de alguna forma, era la actividad esencial, se ha pasado a una concepción más integral en la que las demandas o necesidades de la empresa son asumidas por el banco como una necesidad que garantice la permanencia y calidad de dichas relaciones. G. Constant indica a este respecto que la empresa espera un servicio que le permita:
- Accesibilidad de los recursos financieros, en forma de: mayor facilidad de crédito; mayor amplitud en descubierto, descuentos; mayor facilidad de tesorería; atender los pagos de talones sin provisión; ofrecer más seguridad en las transacciones; no exigir rigurosamente muchas garantías.
- Mejora en la calidad de los servicios a través de: la utilización de más y mejores medios de pago; la simplificación de las operaciones; la información frecuente sobre la evolución de los saldos en cuenta corriente; la agilidad en la preparación y despacho de las nóminas de empleados; la adecuación de unos horarios de atención que satisfagan sus necesidades.
- Mejora en el papel del consultor que presta la banca por medio de: la calidad de la información que se brinda al empresario; la mayor frecuencia en los contactos; la simplificación de la gestión; un talante flexible en las decisiones que requieren algún tipo de rectificación.
- Preocupación por la innovación y la búsqueda de nuevos productos servicios a los clientes, como por ejemplo: mayores facilidades a largo plazo; posibilidad de financiación de fondos propios o de inversiones menos materiales y más intelectuales, culturales y/o sociales; facilitar el acceso a la financiación especial (leasing, por ejemplo).
- Cambio en el estilo, en el tipo de trato a los clientes, sobre el que sugiere: una mayor comprensión; un trato personalizado, adaptado al carácter de la empresa; una actuación más de comerciante; una conducta más próxima a lo que usualmente hace un banco de negocio; mayor competitividad, flexibilidad, responsabilidad y, sobre todo, menor sentido burocrático.
Desde otra óptica, pero sobre aspectos esencialmente coincidentes, J. Guillou, señala que las relaciones banca-empresas deben incorporar estos ingredientes para evitar incomprensiones y situar la inter-acción en el verdadero sentido que exige la vida moderna. Abunda en que el tema del riesgo, con toda su implicación, debe ser el centro de gravedad de unas buenas relaciones, pero su valoración no debe hacerse con criterio tradicionales sino apreciando la empresa en su conjunto y en el contexto de una estrategia global cuyo horizonte trascienda al momento en que se está considerando. Solo con un trato regular y fluido puede haber esa comprensión mutua que se necesita para dar respuesta a estos requerimientos.
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